Sigue a continuación un interesante artículo de divulgación científica publicado en la última edición de la revista EXACTAmente -publicada por la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA- , sobre el trabajo que realizan científicos y expertos de diversas instituciones del país tendientes a la futura elaboración de mapas satelitales, en este caso, de sedimentos del Río de la Plata.
RÍO DE CIENCIA
Por Cecilia Draghi
A bordo del velero La Sanmartiniana, expertos de Exactas-UBA y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) auscultaron el Río de la Plata, uno de los estuarios más turbios del planeta. A lo largo de trece horas, se tomaron muestras de agua y se realizaron medidas radiométricas para poder elaborar un mapa de sedimentos. EXACTAmente formó parte del viaje para contar todo lo que sucedió.
Todos a bordo. Finalmente tras varios intentos fallidos llegó el día de la cita esperada: 19 de junio a las ocho de la mañana, en el porteño club Universitario de Buenos Aires (CUBA). En el velero oceánico La Sanmartiniana, de la Fundación FIPCA (Fundación Interactiva para Promover la Cultura del Agua), expertos de Exactas y de la CONAE ultiman detalles antes de zarpar con una precisa misión científica: recolectar muestras de agua y efectuar mediciones radiométricas que sumen datos para poder elaborar –a partir de imágenes satelitales– un mapa de los sedimentos del Río de la Plata, uno de los estuarios más turbios del planeta. No irán solos: integrantes del staff de EXACTAmente también serán de la partida.
“A lo largo de una línea recta tomaremos muestras en catorce sitios, donde mediremos la turbidez. Queremos saber si la concentración de los sedimentos varía a lo largo del año, y cómo depende de variables meteorológicas la descarga de los ríos tributarios, entre otras cosas”, indica, con el mapa del derrotero en mano, Diego Moreira, licenciado en Ciencias Oceanográficas, a cargo de esta campaña que cruzará el “charco” compartido entre Argentina y Uruguay.
“A lo largo de una línea recta tomaremos muestras en catorce sitios, donde mediremos la turbidez. Queremos saber si la concentración de los sedimentos varía a lo largo del año, y cómo depende de variables meteorológicas la descarga de los ríos tributarios, entre otras cosas”, indica, con el mapa del derrotero en mano, Diego Moreira, licenciado en Ciencias Oceanográficas, a cargo de esta campaña que cruzará el “charco” compartido entre Argentina y Uruguay.
Esta misión contribuye a varios proyectos científicos nacionales que se zambullen en la dinámica rioplatense para clarificar un poco más los procesos de transporte de sedimentos, erosión costera, el avance de las islas del Delta, la cantidad de nutrientes para los peces y qué ocurre con los contaminantes, entre otros.
La expedición navegará por más de trece horas, casi llegará a la isla Farallón, muy cerca de Colonia, en Uruguay, y volverá, con algunas peripecias a bordo, pasadas las 21.00, al mismo sitio de donde partió, el CUBA, a unas cuadras de la Ciudad Universitaria.
El día es perfecto y no es casual. La salida de esta misión fue tres veces postergada porque no solo había que combinar factores como contar con el velero, el personal a bordo, los científicos y equipos necesarios, sino también con las condiciones climáticas adecuadas y, como si fuera poco, que allá arriba, los satélites también estuvieran ubicados en el lugar justo. “Es fundamental que el día esté despejado, sin nubes que puedan alterar las mediciones, pero con viento suficiente para realizar la navegación.
Además, hay que combinarlo con las fechas en que ciertos satélites pasan para tomar imágenes sobre esta zona del planeta”, relata Diego, próximo a concluir su tesis doctoral en este tema, bajo la dirección de la doctora Claudia Simionato, directora adjunta del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA/CONICET-UBA) con sede en Exactas-UBA.
Soltar amarras
Pasadas las 8.00, el motor se enciende y partimos. Somos siete, algunos no nos conocemos, otros llevan varias campañas juntos. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, seremos todos un equipo, listos para hacer lo que se necesite. Con este espíritu de ayuda mutua, Ivanna Tropper, biotecnóloga de la CONAE, no duda en tomar el balde para la primera muestra de agua, mientras Diego, con GPS en mano, establece el punto exacto para realizar la medición. Justo en el lugar indicado, se arroja el recipiente al estuario para recoger un poco de ese “mar dulce”, como lo llamó el navegante Juan Díaz de Solís. Parte de ese líquido marrón amarillento se volcará en un frasco y se guardará en una heladera portátil. La misma operación se repetirá trece veces más.
Atrás va quedando la ciudad de Buenos Aires, que no hace honor a su nombre: una capa de esmog la cubre. Es la única mancha gris que altera un diáfano cielo azul. La brisa, que normalmente acaricia, no es percibida igual cuando ocurre en el día más frío de lo que va del año, y menos aún, cuando sucede en medio del río. Estamos poco a poco internándonos en su territorio, auscultándolo. Van casi dos horas de la partida, y cada uno va encontrando su lugar en este mundo flotante de 16 metros de largo y 4 metros en su parte más ancha.
“Rumbo 60”, indican al que está a cargo del timón. El resto ayuda a izar las tres velas. Por fin, el motor con su molesto ruido queda apagado. Ahora solo se escucha el sonido del agua golpeando la proa mientras una “rachita” (o fuerte ráfaga de aire) nos impulsa con ganas.
Ya somos pasajeros del viento. El velero oceánico, que sabe de travesías, está en su salsa; se mece, avanza por momentos a 7 nudos (unos 12 kilómetros por hora) que sobre el agua dan sensación de mayor velocidad. A veces, la navegación genera mareos o malestar, pero en mi caso produce el efecto contrario: cosquillas en el alma. Río en el Río de la Plata. Uno es acunado sobre una masa de vida generosa como es el agua, y se siente chiquito en esa inmensidad. La pequeñez es la mejor dimensión humana para reverenciar la naturaleza.
“Hoy es un gran día porque está totalmente despejado y justo pasa por esta zona el satélite Landsat 8 a tomar imágenes de media resolución, que luego serán usadas en nuestros estudios”, dice entusiasmado Juan Gossn, quien investiga la validación de imágenes satelitales en su tesis de licenciatura en Física, dirigida por la doctora Ana Dogliotti (IAFE/CONICET-UBA).
“El día será perfecto, pero prefiero el Caribe”, bromea Bill Davidson, el capitán, arquitecto de la UBA y nauta desde hace más de cuarenta años. No le gusta para nada el frío, y el próximo destino lo hará tiritar: un viaje de seis meses por latitudes australes. Partirá rumbo a Ushuaia, la Isla de los Estados e, incluso, Malvinas, en otra expedición científica a bordo de La Sanmartiniana.
En el momento y lugar justos
“Estamos a nueve minutos de la próxima medición”, avisa Diego, luego de tomar datos del GPS para indicar la ubicación, y de completar sus apuntes. A prepararse.
Aparece en escena un aparato de una dimensión un poco menor a un cajón de manzanas, que cuesta unos 60 mil dólares y está bajo el estricto control de Ivanna. Se trata del espectroradiómetro de campo que realizará las mediciones tan esperadas. Es que deberán efectuarse en el mismo momento en que el Landsat 8, el satélite de la NASA, sobrevuele por esta zona del Río de la Plata para tomar imágenes. Esto no ocurre a diario, sino cada 16 días. “En este proyecto –relata Ivanna– hago medidas radiométricas, las cuales dan una idea de la cantidad de energía electromagnética que, en este caso en particular, es reflejada por el agua. Estos datos son los que se utilizan para calibrar sensores y validar cómo ve el satélite lo que está pasando en la Tierra”.
Se busca cotejar los datos. “El satélite da un determinado valor de turbidez, las muestras de agua en ese mismo momento arrojan un determinado valor de turbidez, y el radiómetro en el mismo momento capta cómo se comporta el agua en función de la energía que refleja. La idea es compararlos para ver si coinciden o si requieren algunos retoques para ajustar las estimaciones satelitales”, relata Diego.
En el mapa se ven los puntos en los que fueron tomadas las muestras. |
A través de Internet, se puede averiguar el programa de satélites que orbitan cada día sobre nuestras cabezas, a 705 kilómetros de altura, en el caso del Landsat 8. “Si bien hoy, como lo hacen todos los días, pasan el MODIS-Terra, el MODIS-Aqua y el VIIRS NPP; nos interesa particularmente el Landsat 8, que es de mejor resolución espacial y obtiene imágenes muy detalladas”, indica Juan.
A las 10.30, el Landsat 8 andará justo encima de nosotros, y luego, a las 14.00, lo hará el MODIS-Aqua. A alistarse. Juan se coloca el arnés y se ata a la línea de vida para evitar cualquier contratiempo que pueda arrojarlo al agua, Ivanna da las indicaciones desde la computadora y Diego toma algunas fotos. “Más a estribor”, gritan, para que la nave se ubique justo frente al sol. La posición debe ser exacta para que sea apta para la medición. Hay que estar en el momento preciso y en el lugar justo. (“¡Y sin olas!”, ruegan). Todos trabajan en conjunto para apuntar el radiómetro hacia el sitio indicado. “Cielo”, “Tierra”, “Listo”, dirá Ivanna una y otra vez. Durante la operatoria, todo es concentración.
El barco debe estar lo más quieto posible para que el trabajo se pueda hacer correctamente. “La primera vez que salimos, en diciembre pasado –recuerdan–, había vientos de 45 kilómetros por hora y unas olas terribles. El debut fue muy movido”. Hoy, el panorama es de mayor quietud, pero hay que estar atentos porque no estamos solos, otras embarcaciones pueden cruzarse.
Cuando concluye la medición, La Sanmartiniana retoma velocidad hasta el próximo punto a estudiar. Siempre cuidando de no deslizarnos hacia zonas peligrosas de barcos hundidos. El Río de la Plata tiene muchos, es un verdadero cementerio náutico.
“Ojo, que si seguimos así, vamos con rumbo de colisión con aquel buque de carga”, enseña Bill, a quien en ese momento está al mando del timón. Él es un maestro de alma, e imparte nociones náuticas a todos los que abordan la nave de FIPCA.
“Este es el único velero –dice Bill con orgullo– que toma muestras y está abierto a todos los científicos que requieran moverse por agua para cumplir con sus proyectos”. Por ejemplo, FIPCA firmó convenio con el CIMA a través de la UBA para hacer esta salida, que ya es la séptima. “Nosotros, como una fundación sin fines de lucro, acercamos el río a la gente que no tiene posibilidad de navegar. Recién venimos de un viaje al Litoral donde estudiamos la hidrovía. Ahora, estamos preparando el barco para ir al Sur. El objetivo es siempre que la gente comprenda la importancia de nuestros recursos. Vivimos de espaldas al mar, pero este nos da la pesca, el petróleo, y minerales como los nódulos de manganeso… La idea es colaborar con la juventud, que es el futuro del país, que conozca lo que tenemos y lo sepa defender”, subraya, que también es especialista en arquitectura sustentable.
Goles científicos
Con el mundial de fútbol en Brasil a la vista, es imposible que no se convierta en tema de charla en medio de una medición y otra. “Nosotros también podemos decir que estuvimos en Río, el nuestro”, pienso, mientras Diego anuncia: “Ahora voy a hacer la medición con el fotómetro”.
Se trata de un aparato pequeño que “mide cuál es la radiación solar incidente en el punto que se está midiendo. Teniendo en cuenta que la radiación solar es constante, a través de distintos algoritmos, lo que calcula es la concentración de aerosoles, ozono, dióxido de carbono en la atmósfera. Estos datos sirven, de alguna manera, para generar los modelos de correcciones atmosféricas”, explica Ivanna.
Ella ya ha hecho varias campañas y destaca que algunas de estas mediciones “sirven en el diseño del nuevo satélite brasileño-argentino para el estudio del agua, SABIA-Mar”. Este es un proyecto de CONAE junto con la Agencia Espacial Brasileña y el Instituto Nacional de Desarrollo Espacial del Brasil. “La misión SABIA-Mar está concebida para proporcionar información y productos a los estudios de los ecosistemas marinos, el ciclo del carbono, la cartografía de los hábitats marinos, las costas y los peligros costeros, aguas continentales, y contribuir a las actividades de pesca”, precisan en www.conae.gov.ar .
Esta expedición no tiene solo la mirada puesta en el agua. Juan mira alto. “Estoy haciendo mi tesis de licenciatura sobre algoritmos de corrección atmosférica para poder relacionar los datos que obtenemos en el estuario con lo que mide el satélite”, comenta. Para los científicos, la atmósfera presenta problemas al tener componentes que perturban la radiación total que llega al sensor, como los aerosoles (el esmog). “Hay que sacar ese ruido para obtener la señal que proviene del agua. Si bien hay estudios de cómo los aerosoles están distribuidos en la atmósfera, estos varían regionalmente y son poco conocidos en esta zona. Para eso sirven los datos que se toman acá”, revela.
Dar la vuelta
Tal como estaba planificado, las tareas se cumplen al pie de la letra con el derrotero original. Diego está muy satisfecho. “Logramos realizar las catorce mediciones programadas”, remarca.
A casi una hora de alcanzar Colonia, damos la vuelta hacia casa. Satisfechos,más relajados, momento de brindis, juego de dados, mate, galletitas, explicaciones científicas, chistes, historias de amores y desamores. En ese grupo en que, a poco de abordar la nave, éramosen gran parte extraños, ya parecemos viejos conocidos.
“Orzalo, así puedo repicar”, dice Bill en castellano náutico, a poco de iniciar el regreso al que define como “un largo y penoso proceso”. Solo unas horas después entenderemos por qué. Es que no hay guante, gorro, campera o bufanda que proteja del frío cuando baja el sol.
Como sabe esto, Bill ofrece frazadas que sientan muy bien.
Ya de noche, brillan las luces de Buenos Aires. Falta un poco para llegar a tierra, a la amarra de cortesía que prestó el CUBA. Cada uno va pensando en lo que hará después. Bill planea llevar el barco a San Fernando; Diego y su equipo, volver a los laboratorios de Exactas donde otros integrantes del grupo los están esperando para analizar –quizás hasta la medianoche– las catorce muestras de agua; Ivanna en devolver el costoso radiómetro a la CONAE. El resto, en llegar a casa y cenar algo caliente.
Las cavilaciones siguen su curso y el viaje de regreso, también. En medio de la oscuridad, pasadas las 20.00, se divisa la costa muy cerca, el estadio de River Plate se ve monumental. De pronto, todo queda lejos. Es que La Sanmartiniana se detuvo de repente. Se varó. Tocó fondo, el mismo fondo cubierto de los sedimentos que, paradójicamente, había ido a estudiar.
Atrapado por la baja profundidad, el velero queda estancado en el fango. Entonces, todos juntos tenemos que hacer contrapeso para moverlo, y surgen los comentarios de rigor: “Hoy nos quedamos a dormir en el río”. Por suerte, estaba Bill y, con su habilidad de años de navegadas, fue moviendo la nave hasta finalmente sacarla a flote y llevar a todos a buen puerto. La expedición Plata a fondo, del mes de junio, llega a su fin. Misión cumplida. El mes próximo, el mismo desafío los espera.
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