Sigue a continuación un breve pero interesante artículo publicado el 29 de septiembre en el portal de divulgación científica NEX. El mismo explica algunos conceptos básicos respecto a lo que un satélite geoestacionario es.
¿QUE ES UN SATÉLITE GEOESTACIONARIO?
El lanzamiento del satélite ARSAT-2 trae acoplado un término que puede resultar novedoso: “geoestacionario”. Te explicamos qué significa la órbita geoestacionaria, qué determina a nivel tecnológico y desde dónde se remonta su identificación.
Un satélite geoestacionario, como el caso del ARSAT-2, orbita dando una vuelta completa en exactamente 24 horas, el mismo tiempo en que la Tierra da una vuelta completa sobre sí misma. Si el satélite gira en el mismo sentido que la Tierra y está bien colocado, entonces se hallará siempre sobre la misma posición terrestre. Es como tener una estación de retransmisión de radio y televisión en la punta de una súper torre de 36.000 kilómetros de alto, pero sin la torre.
¿Hace falta que esté tan lejos? No cabe otra posibilidad. Las leyes de Newton anticipan que los satélites (ya sean artificiales como naturales) orbitan de forma tal que el cuadrado del período (tiempo que tardan en dar una vuelta completa) es proporcional al cubo de la distancia al centro del planeta. Esa relación la descubrió el astrónomo alemán Johannes Kepler en el siglo XIV y se simboliza resumidamente como T2 = k d3.
No se sabe precisamente quién fue el que se dio cuenta de que colocando un satélite lo suficientemente lejos podía lograrse que orbitara con un período de 24 horas, pero suponemos que fue el ingeniero esloveno Herman Potočnik, que además hizo el cálculo de la distancia y obtuvo unos 42.000 kilómetros (si le restamos el radio terrestre obtenemos los 36.000 antes mencionados). Inmediatamente, captó el salto crucial que tendrían las telecomunicaciones. Las ondas de radio viajan en línea recta, no pegan curvas. Y, como la superficie de la Tierra es redonda, para comunicarse por radio de un lugar a otro hay que poner las antenas en lo alto. Si las pusiésemos pegadas a la superficie, las transmisiones se perderían en el espacio y no podrían ser “escuchadas” por ningún receptor en la superficie. Si queremos propagar nuestra señal lo más lejos posible, necesitamos construir torres de transmisión cada vez más altas, y eso cuesta mucha plata. Pero si tenemos una torre virtual de 36.000 kilómetros de altura, y en la punta le colocamos nuestro transmisor, aquello que transmita se podría escuchar por casi la mitad del planeta, bastaría que apunten la antena de recepción hacia el transmisor. Eso es lo que hacen, exactamente, los satélites geoestacionarios de comunicaciones de radio, televisión y telefonía.
Aunque una órbita geoestacionaria debería mantener a un satélite en una posición fija sobre el ecuador, las perturbaciones orbitales causan deriva lenta pero constante alejándolo de su localización geoestacionaria. Los satélites corrigen estos efectos mediante maniobras de reestacionamiento. Estas maniobras implican frecuentemente reposicionamientos de hasta 100 kilómetros.
¿Hace falta que esté tan lejos? No cabe otra posibilidad. Las leyes de Newton anticipan que los satélites (ya sean artificiales como naturales) orbitan de forma tal que el cuadrado del período (tiempo que tardan en dar una vuelta completa) es proporcional al cubo de la distancia al centro del planeta. Esa relación la descubrió el astrónomo alemán Johannes Kepler en el siglo XIV y se simboliza resumidamente como T2 = k d3.
No se sabe precisamente quién fue el que se dio cuenta de que colocando un satélite lo suficientemente lejos podía lograrse que orbitara con un período de 24 horas, pero suponemos que fue el ingeniero esloveno Herman Potočnik, que además hizo el cálculo de la distancia y obtuvo unos 42.000 kilómetros (si le restamos el radio terrestre obtenemos los 36.000 antes mencionados). Inmediatamente, captó el salto crucial que tendrían las telecomunicaciones. Las ondas de radio viajan en línea recta, no pegan curvas. Y, como la superficie de la Tierra es redonda, para comunicarse por radio de un lugar a otro hay que poner las antenas en lo alto. Si las pusiésemos pegadas a la superficie, las transmisiones se perderían en el espacio y no podrían ser “escuchadas” por ningún receptor en la superficie. Si queremos propagar nuestra señal lo más lejos posible, necesitamos construir torres de transmisión cada vez más altas, y eso cuesta mucha plata. Pero si tenemos una torre virtual de 36.000 kilómetros de altura, y en la punta le colocamos nuestro transmisor, aquello que transmita se podría escuchar por casi la mitad del planeta, bastaría que apunten la antena de recepción hacia el transmisor. Eso es lo que hacen, exactamente, los satélites geoestacionarios de comunicaciones de radio, televisión y telefonía.
Aunque una órbita geoestacionaria debería mantener a un satélite en una posición fija sobre el ecuador, las perturbaciones orbitales causan deriva lenta pero constante alejándolo de su localización geoestacionaria. Los satélites corrigen estos efectos mediante maniobras de reestacionamiento. Estas maniobras implican frecuentemente reposicionamientos de hasta 100 kilómetros.
Fuente: NEX
Comentario: para aquellos interesados en esta temática, recomendamos leer el artículo de Daniel Arias “La órbita geosincrónica no es para cualquiera”
Comentario: para aquellos interesados en esta temática, recomendamos leer el artículo de Daniel Arias “La órbita geosincrónica no es para cualquiera”
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